Hablamos de una superación de fronteras, de lengua, de cultura, de actitud. La mente es capaz de cualquier cosa, se adapta poco a poco y a la vez de modo fugaz a las circunstancias. Asume los inconvenientes y exprime las oportunidades, conoce al mismo tiempo que es consciente de que lo ignoraba. Cambia, se atreve y vive.
Me encuentro lejos de todo aquello que es familiar, en un entorno con una mentalidad diferente, una lengua distinta a mi nativa, rostros desconocidos, paisajes urbanos y cuadros de costumbres que para mí tenían una existencia limitada a lo cinematográfico.
En el comienzo te dispones a subir una cuesta, de lo que tu piensas que son dificultades. Frustración, miedo, vergüenza, nostalgia, sentimientos que te abordan, te refugias, crees que tienes el derecho de sentirte así, nadie puede obligarte, puedes dejar pasar el tiempo, sí, de este modo, no tiene por qué cambiar nada, tú mente está cerrada, no necesita más, está completa y formada.
Sin percibirlo y percibiendo, conoces, recuerdas, tu mente no está completa. Por los ojos observas y recuerdas cada edificio, cada calle, cada animal, cada persona, cada costumbre, cada detalle anodino; la nariz huele y recuerda ambientes, situaciones, personas; los poros de tu piel tocan y recuerdan el aire gélido, las calefacciones, el contacto de texturas, abrigos de grosor indescriptible, personas; la boca prueba y recuerda sabores; los oídos escuchan y recuerdan sirenas, faunas salvajes y domésticas. Y un sexto sentido te revela que eres capaz, que merece la pena recordar y aprender, vivir y crecer. Rodeada de personas que han podido y que te dan fuerzas, personas que se encuentran en tu situación y comparten sus sentimientos, personas que te esperan y te llenan de coraje para seguir, personas que permanecen al margen ajenas, parte del decorado que no sería el mismo sin ellas. Todo ello pasa a ser indeleble y al fin sientes que la cuesta está a tu espalda, has llegado a cruzar la línea. Coraje, orgullo, agradecimiento, valía, madurez y aprendizaje.